“Si alguna vez viene Álvaro Torres a Cuba, no dudes tú que habrá muertos en el Carlos Marx”, me dijo hace un par de años mi esposo y aquello me causó tanta gracia que no tardé en responderle: “Habría que ver quién atrae más público: ¿Álvaro Torres, Marco Antonio Solís o Juan Gabriel? La competencia es bien fuerte si de cantantes predilectos para choferes de ómnibus articulados y almendrones en Cuba se trata”.
Parece que me estoy acercando a saber cuánta razón tenía mi esposo: en las redes sociales y en disímiles medios de comunicación cubanos salió publicada la noticia de que Álvaro Torres ofrecerá dos conciertos en el teatro Lázaro Peña de La Habana. Les juro que cuando vi la noticia pensé que era un chiste, o me dije a mí misma que eso lo había soñado, pero comprobado el hecho en conferencia de prensa, ahora llevo unos días lamentando no tener una entrada que regalarles a mi madre y mi padre para que canten un poco junto al salvadoreño.
Álvaro Torres es el cantante de cabecera de mi mamá. Aunque ahora lo que más se escucha en cualquier esquina alterna entre “que suenen los tambores”, los muchachos con pelos de punta de Los Ángeles y el “Vivir mi vida” de Marc Anthony, de vez en cuando a ella se les escucha tararear: “Voy a pedirte, de rodillas, que regreses, junto a mí, porque soy, de ti, y te quiero, como antes, mucho más”. Y peor ocurre con mi papá, quien me tuvo toda una tarde quemándole casi toda la discografía de Álvaro Torres e identificándosela por títulos.
Pero esta obsesión viene de atrás, pensándolo ahora bien, de aquella época de grabadoras, walkman y casetes con cintas de las que era preciso dar vueltas con un lápiz, eran los tiempos en los que no existían los CD y toda la música que escuchábamos nos llegaba fundamentalmente por Nocturno, un programa de Radio Progreso, a las 9 de la noche, amenizado con poemas leídos por Julio Alberto Casanova. ¿Se imaginan una canción como esa que dice “Voy a luchar por ti, para que seas feliz, chiquita mía” acompañada por un poema dedicado a una quinceañera? Bueno, pues ahí escuchaba mi mamá a Roberto Carlos, Shakira, Selena, de ahí se volvió, como dice el propio Álvaro Torres “más romántica que nadie” y grababa sus propios casetes para escuchar música durante todo el día. Cuando comenzaron a vender los primeros casetes, ella compró el de Álvaro Torres y me aprendí yo, de paso, todas sus canciones.
Cuando ahora muchos se preguntan de dónde viene la obsesión de tantos cubanos por Álvaro Torres, yo me río sin tener una respuesta.
Llevo par de días pensando si ir o no ir al concierto, si medir reacciones, si entrevistar a la gente, si comprobar si el nivel de convocatoria supera las colas de cuatro cuadras que hice una vez para presenciar un concierto de Buena Fe o Carlos Varela en el teatro Carlos Marx. Quiero saber cuál es el público que oye realmente a Álvaro Torres en Cuba, tomarlo como pretexto para un estudio de fenómenos de masa en mi país, pero si hago eso me dirán paparrazzi, y me acusarán también de romántica cuando descubran que, por causa de mi mamá, soy capaz de tararear todas sus canciones.
Vea además:
Entrevista de Álvaro Torres en el periódico Granma