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Cojímar, entrevista, Gregorio Fuentes, Hemingway, Pilar, submarinos
De seguro pocos le creyeron cuando alguna vez confesó que había cruzado el Malecón habanero nadando, a brazos, por una apuesta. Probablemente tampoco tuviera mucha credibilidad al contar que anduvo cazando submarinos por las costas cubanas con un barco de pesca deportiva y bandera estadounidense. Pero de anécdotas tan extraordinarias y reales como esas estuvo llena la vida de Gregorio Fuentes, un canario devenido cubano que hasta su muerte, en 2002, no dejó de avivar el legado de Ernest Hemingway.
No es posible contar la historia de Hemingway unida al pueblo de Cojímar sin revivir la de este hombre que, desde la popa del Pilar, protagonizó las más cuerdas y locas aventuras que pudieron ocurrírsele al novelista. Más allá de las relaciones del Nobel de Literatura estadounidense con prestigiosos actores, escritores y otras figuras de su época, cuentan quienes lo conocieron que lo unía un especial lazo con el patrón de su yate. Esta unión nacía del amor por la pesca. Si Gregorio había dedicado su vida al mar, Hemingway veía en este su más preciado pasatiempo, quizás el que lo había impulsado a quedarse definitivamente en Cuba.
Gregorine, como lo llamaba Hemingway, salió de Canarias cuando apenas levantaba un metro y unos centímetros del suelo para acompañar a su padre en un viaje de negocios al continente americano. Siete años, doce años… quizás resulte difícil definir su edad exacta para el momento en que esto ocurrió, pues el mismo Gregorio mostraba confusiones al contar su historia. Lo cierto es que, cuando andaban por las costas de África, sucedió lo inimaginable: su papá perdió la vida. El barco en el que iba hizo estancia en La Habana y Gregorio tomó la difícil decisión de radicarse en suelo cubano.
Hace ocho años, a Gregorio lo sorprendió la muerte con ciento cuatro años, después de una tos persistente que le privaba de la energía que siempre le acompañó. Por todo lo que representó este hombre para la permanencia en Cuba de Hemingway, quise conocer un poco más de su vida, de su relación con el Nobel norteamericano. No dudé en tocar a la puerta de la casa donde siempre vivió. Me sorprendió verla abandonada, pensé: ¿y su familia? ¿Quedará alguien capaz de relatar su historia? ¿Acaso los pescadores de la zona podrían ayudarme, los vecinos…? Una señora vestida de blanco que estaba en una casa cercana me hizo señas y me indicó que era en el apartamento de atrás donde debía llamar. Seguí su instrucción y me abrió la puerta una señora de unos 40 años.